-3 de enero, 2020
Un recuerdo de hoy hace un año (la muerte de mi abuelita) me hizo reflexionar en que todos los años nos subimos a una montaña rusa sin saber cómo se sentirá el camino. Hacemos la cola para subirnos a ese juego que tanto queremos, nos subimos con muchas expectativas y mientras estamos en él, tratamos de disfrutarlo, pero resulta que en el camino solo pueden pasar tres cosas:
1. dudamos en subirnos porque desconocemos el recorrido y cómo nos hará sentir.
2. lo disfrutamos porque resultó ser de nuestro gusto.
3. nos queremos bajar porque va muy rápido, nos está golpeando o simplemente porque no fue de nuestro agrado.
Independientemente de cuál sea el sentimiento, el viaje en la montaña rusa es interesante porque me enseña a conocer mi temperamento, la manera en la que reacciono ante lo inesperado y sobre todo, me ayuda a conocer mi personalidad desde que me subo, cuando estoy en la cima y cuando me toca bajar.
Hace poco me subí a una montaña rusa con mis primitos y una de ellas tenía miedo de subirse (yo también pero no dije nada jaja) y para hacer corta esta historia, terminó haciendo la cola con nosotros. Hicimos dos colas para podernos subir. La primera era la “larga” que duró casi las dos horas y la segunda es la que haces antes de subirte, de aproximadamente 30 minutos o más.
Ella estaba muy nerviosa y mientras llegábamos a la entrada, observé a la gente que salía del juego. Algunos con mucha adrenalina, otros asustados y uno que otro decepcionado. Debo aclarar que yo no soy la más atrevida de la vida y ahora que lo pienso, no sé en qué pensaba al haberme subido a ese juego jajaja.
Por fin llegamos y pedimos sentarnos en medio para no sentir “tan fuerte” el juego. A punto de abrocharnos el cinturón de seguridad, ella se levantó y se bajó. Me quedé en shock y mi reacción rápida fue cambiarme de lugar y pasarme al que ella dejó.
Las personas que aún hacían cola, la empezaron a abuchear y de pronto, el juego comenzó. Tardamos más en subirnos y prepararnos, que lo que realmente duró el recorrido.
En el almuerzo me enteré de que ella a veces se desmaya por razones desconocidas, lo que me hizo reflexionar en el “por qué” no se subió y sí, también me hizo sentir un poco mal por insistir en que se subiera.
En fin, esta experiencia me hizo reflexionar y hacer esta analogía:
Todos nos subimos a una montaña rusa con distintas expectativas. Algunos con ansias, miedo y hasta dudando. Resulta que cuando nos bajamos, nos damos cuenta de que pudo haber superado nuestras expectativas o no. Así de sencillo.
- Muchas veces culpamos las cosas que nos pasan, pero realmente todo está en cómo tomamos el viaje.
- Podemos tomarlo como oportunidad para conocernos y distinguir qué nos gusta y que no.
- Nunca es tarde para bajarte.
- La gente te puede abuchear y decir mil cosas, pero realmente solo tú sabes por qué lo haces y cómo te hace sentir.
- Comparé reacciones de muchas personas que se subieron a la misma montaña rusa y definitivamente todo se relaciona en cómo tomas el viaje.
- No nos toca juzgar el recorrido de los demás. Es mejor si nos enfocamos en el nuestro.
- Disfruta del viaje y no tengas miedo de tomar decisiones ya estando arriba porque es de valientes decir que no y también es de valientes atreverse e intentarlo nuevamente.
Lo mejor de estar arriba será siempre el paisaje y lo mejor de estar abajo, será querer subir nuevamente pero ahora con otros ojos.
La montaña rusa me ha enseñado a que en vez de gritar, debo disfrutar el recorrido.